miércoles, 6 de marzo de 2024

Dos aventuras (valencianas) en el tren


I

Ediciones Cid publicó en 1954 La aventura en el tren de José María Salaverría en la colección La novela del sábado. Por aquellos años, publicaron también relatos o novelas cortas en esta colección escritores como Miguel Delibes, Ignacio Aldecoa, Azorín, Carmen Laforet o Gonzalo Torrente Ballester. Algunos recordarán también la editorial por sus tebeos: Diego Valor, Billy el niño o Jinetes del espacio.

Salaverría (1873–1940) nació en Vinaroz (Castellón). Se dedicó sobre todo al periodismo, fue colaborador de Los lunes del Imparcial, de ABC y de La Nación de Buenos Aires. Ideológicamente, evolucionó desde los postulados regeneracionistas de la generación del 98 hasta posiciones afines a la derecha totalitaria. Como novelista, sus títulos más destacados fueron Nicéforo el Bueno, El oculto pecado, Viajero de amor o La Virgen de Aránzazu.

En sus 47 páginas, La aventura en el tren relata el encuentro, en un expreso nocturno de lujo entre París y Madrid, de una traficante de joyas, Sara, y un ladrón con escasa destreza en el oficio, Carlos. Él es un joven apuesto, moreno y de ojos claros. Ella es una mujer definida con todos los tópicos del momento: mujer fatal a la usanza de las películas americanas, pero que reconoce y acepta la superioridad del hombre. El autor la describe al límite de lo que permitía la censura de la época. Ha caído la noche y la protagonista se retira a su compartimento:
Había cenado bien, con una buena copita de Benedictino para postre, y sentía que su naturaleza en pleno vigor, en plena juventud robusta y sabia, hubiera podido aprovechar alguna discreta coyuntura, de esas que el destino sabe situar al paso de las personas entendidas. Pero por el momento el destino daba muestras de estar ausente. No; de todos los habitantes del vagón ninguno valía la pena.
Esconde el bolso en el que lleva las joyas bajo el colchón, coloca el revolver bajo la almohada y se dispone a dormir. En ese momento entra el ladrón por la ventanilla. No ha tenido tiempo la mujer de cubrir su desnudez, que el joven saca la navaja y le ordena: «—¡Pronto! ¡Entrégueme todo lo que lleva!». Pero la experimentada traficante, contra todo pronóstico, no reacciona empuñando su arma.
Pero no se acordó de que existía el revólver. No se acordaba entonces de nada. Sólo sentía un frío imaginativo en sus trémulas carnes, como si ya estuviese a punto de atravesárselas la aguda y reluciente punta de la navaja. Nunca le había ocurrido sentirse tan femenina, tan débil y subordinada mujer como entonces; nunca se había visto tan impresionada por la energía y la superioridad del varón. Pero al mismo tiempo, y cuanto más pronunciaba su naturaleza femenina, sintió crecer en ella un valor extraño y una imprevista fuerza.
La mujer coquetea con el ladrón, le entrega un estuche con joyas falsas, se miran a los ojos, se sientan en la litera y entablan una conversación. Él le cuenta su vida, bastante desgraciada, también en amores. Ella le hace saber que ha detectado su inexperiencia.
—No sabe usted robar, ni tiene temperamento de ladrón. Todo en usted me habla de violencia, de que está usted contrariando a sus instintos más profundos. Amigo mío, a usted lo han lanzado a una vida por la cual no siente la menor vocación. Y no hay más que mirarle a usted para adivinar que ha sido impulsado a esto por una mujer.
En efecto, Carlos se había ido a Buenos Aires al desertar de la legión y allí conoció a una cupletista, Rosina, hermana de un mafioso siciliano. Acaban de llegar a España huyendo de la mafia, pero ella no consigue triunfar y él intenta robar para mantenerla. Cuando el tren frena en la siguiente estación…
En seguida, rápida y segura, Sara Leviller echó mano debajo de la almohada y empuñó el revólver. De un salto se colocó junto a la puerta del camarote y dio vuelta al pestillo, en tanto que apuntaba al pecho del ladrón. Y prorrumpió con una mezcla de risa cruel y de grito feroz:

—¿Para qué se mete en estas cosas, si no sabe? Le ha entontecido a usted su Rosina... ¡Váyase a la cárcel, amigo mío, y que allí le enseñen a robar los verdaderos ladrones, los hombres de verdad!...
Tiempo después, Sara coincide con Rosina en un hotel de Madrid y eso despierta su curiosidad: acude a su espectáculo y entabla relación con ella. Una noche, la cupletista invita a la traficante a un trago en su habitación. En la repisa de la chimenea hay una fotografía de Carlos. Rosina le cuenta que ella lo visitaba en la cárcel todo lo que podía, que él le había explicado su aventura en el tren, que enloquecía avergonzado al recordarla y que murió en la cárcel. Y hechas las explicaciones:
—¡Mi madre era calabresa! ¡En Calabria hay una ley que dice que la venganza es sagrada! ¡Quien la hace la paga! ¡Aunque pasen veinte años, el traidor la pagará!...

¿Pero cómo ha sido? ¿De dónde ha sacado Rosina ese estilete? Es largo y delgado, brillante y agudísimo. Tiene la ligereza y la fría crueldad de un reptil irritado. A su vista, el último resto de energía se ha desvanecido en Sara. Comprende que va a morir. No trata de defenderse. Sólo acierta a iniciar un grito de suprema angustia, que la punta del estilete ha frustrado.


II


Casi treinta años después, en 1981, un editor valenciano recuperó una publicación semanal que había circulado entre los años 1908 y 1921 llamada El cuento del dumenche (El cuento del domingo). En ella publicó Jordi Valor Serra un relato escrito en 1953 titulado Una aventura en el tren.

Valor (1908-1984) nació en Alcoy y empezó su actividad literaria como colaborador de publicaciones locales, como escritor publicó, entre otras obras, Histories casolanes (1950, Historias caseras), Ducado de Bernia (1954), Narracions alacantines de muntanya i voramar (1959, Narraciones alicantinas de montaña y litoral), Rescoldo del Islam (1960) o Costumbrismo alcoyano (1973).

El protagonista del relato toma, en 1930, el tren descendente de Jaca que hace parada en Huesca a las 18:30 y llega a Tardienta para enlazar con el expreso a Barcelona procedente de Madrid.
El vagón era antiguo. Cada compartimiento tenía puerta al exterior sin poder recorrerse el coche, es decir, que íbamos enjaulados como gallinas, y hasta el revisor había de salir por la portezuela y por el estribo y, agarrado a las ansas del subidor, pasar al compartimiento de al lado cuatro o cinco veces por cada vagón.
(…)
En el último momento ya sonaba la campana del jefe de estación dando la salida cuando llegó una señorita rubia con una pesada maleta que introdujo en nuestra “jaula”.[1]
El protagonista ayuda a la joven con el equipaje y le ofrece por dos veces su asiento, que ella rechaza, aunque...
lo único que hizo fue rogarme que le dejara el periódico que llevaba en el bolsillo para ponérselo bajo los pies y descalzarse los zapatos de alto tacón que le fatigaban los pies: así no se ensuciaba las medias de seda con la porquería del suelo entarimado y carbonoso y las cáscaras de cacahuete, las pieles de altramuz y los huesos de dátil.
A los pasajeros del tren, aquel descalzarse les parece un acto de sinvergüencería, pero para el protagonista es el anuncio de un sutil juego erótico que se producirá cuando, al coincidir de nuevo al tomar el expreso de Barcelona, la joven hará por manera que acepte hacerse pasar por una pareja de recién casados a los ojos de un pesado tercer viajero que entabla conversación con ellos.
¿Qué mal puede haber en que nos crea casados si dentro de unas horas nadie de los de aquí estaremos juntos? ¿No me quiere decir su nombre todavía?
—Oh, perdón señorita. Me llamo Eliseu; ha sido un descuido. Sabe mi pueblo y mi destino.
—Pues bien, Eliseu, vamos a seguir el juego. Casados por a cuatro o cinco horas. ¿No es un ejercicio de experiencia per al día de mañana? ¡Soy de natural juguetona y, como usted me parece un buen mozo...!
El juego incluirá conversación cariñosa, monerías, tentempié a modo de cena, las alabanzas del tercer viajero ante una pareja feliz y breves y cariñosos tomarse del brazo, todo ello narrado con una prosa brillante, eficaz y sugerente.

El relato nombra las estaciones por las que pasa el expreso y que marcan distintos momentos del sutil y pícaro juego del fingimiento: Cariñena, Selgua (donde suben pasajeros procedentes del ferrocarril de Barbastro), Monzón, Lérida, Mollerusa, Manresa, Tarrasa, Sabadell… hasta rendir viaje en la Estación del Norte de Barcelona. Una vez allí, la chica apaga cualquier ilusión que se hubiera hecho el protagonista con un: «adiós, hasta nunca». Y así acaba el relato:

A la mañana siguiente, sobre la cubierta del barco —una moderna motonave blanca que me llevaba a Alicante—, me encontré en el bolsillo de las cerillas del pantalón su billete de ferrocarril. Era el único recuerdo que quedaba de esta aventura en el tren.


[1] Traducción del bloguero

viernes, 9 de febrero de 2024

El circo va en tren


En los años dorados del circo, cuando se le consideraba el mayor espectáculo del mundo, los grandes circos solían desplazarse en tren. La densa red ferroviaria europea permitía a las compañías llegar con relativa comodidad a las ciudades donde deseaban plantar su carpa. Los colores llamativos y las letras perfiladas de los carromatos montados sobre las plataformas daban un aspecto singular y atractivo a esos trenes. Los circos más importantes podían incluso poseer vagones propios especializados para transportar fieras o servir como viviendas.

En los Estados Unidos, los circos se servían del ferrocarril para salvar las grandes distancias entre estados y ciudades. La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos conserva una litografía de 1874 titulada The grand lay-out. Circus parade around tents, with crowd watching alongside railroad train. Se trata de una imagen con toques orientalizantes en la que los acróbatas, los payasos, los jinetes y los animales del circo hacen su desfile alrededor de las tiendas mientras los contempla una multitud engalanada para la ocasión. Lo sorprendente son los trenes, que acuden desde distintos puntos cardinales por vías que confluyen en la gran esplanada donde se han instalado las carpas.

Sigamos en el Nuevo Mundo. Fue allí donde el empresario W. C. Coup diseñó en 1872 unos vagones plataforma específicamente pensados para facilitar la carga y descarga de los carromatos y las caravanas. Ello facilitó la expansión del circo. Tom Parkinson y Charles Philip Fox son los autores del libro The Circus Moves by Rail que recoge fotografías, carteles y textos de época sobre el uso del ferrocarril por parte de las compañías circenses.

Los carteles de publicidad de estos años dorados, cuyo principal motivo eran las fieras salvajes, a menudo incluyen el despliegue de medios ferroviarios del circo como un reclamo. En el cartel del Cole Bros Circus podemos ver vagones para cargar materiales, coches para el personal y plataformas preparadas para subir y bajar los carromatos de ellas. En el cartel del Barnum & Bailey Circus podemos leer: «Una imagen realista de la llegada de nuestros cuatro trenes de 70 vagones de largo construidos en Stoke on Trent a partir del proyecto americano para transportar el Mammoth Show de ciudad en ciudad con sus caballos, sus dos colecciones de animales y su vasto material de espectáculo».

El circo de los hermanos Ringling, que se fusionó con el de Barnum & Bailey para formar el mítico Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus, sigue en la memoria colectiva de los norteamericanos. Sobrevivió a la Gran Depresión de 1929 e incluso consiguió en 1942 un permiso especial de la presidencia de los USA para usar las vías férreas a pasar de las restricciones de transporte a causa de la Segunda Guerra Mundial; pero, como a todos, el final les llegó a causa de sus elevados costes, del éxito del cine y por la presión de los que estaban en contra de que hubiera animales en sus espectáculos. Los carteles de este gran circo muestran su gran despliegue ferroviario. En el que encabeza esta entrada dice: «100 vagones de acero de doble largo abarrotados de maravillas procedentes de todos los rincones de la Tierra».

La competencia entre los circos era feroz y eso puede observarse en los carteles promocionales. El de Al G. Barnes ponía el acento en sus animales, pero también en sus trenes y en la expectación que provocaba su llegada; la inscripción del cartel dice: «Escena de la llegada de los trenes de Al G. Barnes Circus a primera hora de la mañana». 

A este lado del Atlántico, el circo también tuvo su época dorada, que fue más prolongada en el este de Europa, pero es raro encontrar carteles promocionales con trenes. Sin embargo, sí que aparecen en Rusia, donde las distancias son muy largas. El circo ruso de los Durov, a pesar de que su gran reclamo era el uso de animales amaestrados, reflejaba en sus carteles la importancia logística que el tren tenía para ellos.


Ian Fleming hizo que su agente James Bond tuviera contacto con un circo que viajaba en tren. En Octopussy (1983) se narra el enfrentamiento entre el agente 007 y el general Orlov, un belicista soviético que, al ser rechazada su propuesta de atacar a las fuerzas de la OTAN, urde un plan consistente en hacer explotar, de forma que parezca un accidente, un artefacto nuclear en una base americana y generar en la población europea desconfianza hacia su armamento. Una vez retiradas las bombas nucleares por la esperada presión de la población civil, Moscú tendría vía libre para ocupar Europa. Para ejecutar tan peregrino plan, Orlov utiliza, sin que ella lo sepa, el tren de un circo perteneciente a la bella contrabandista Octopussy y esconde la bomba atómica en el cañón del hombre-bala. James Bond perseguirá el tren, lo abordará y logrará desactivar la bomba en el último momento. 


El inicio de la decadencia de los grandes circos americanos fue recreado en la novela Water for Elephants (2006, Agua para elefantes) de Sara Gruen. Narra la aventura de un estudiante de veterinaria que, durante la Gran Depresión, sube como polizón al tren de un circo, el dueño le contrata como veterinario, cuida de una elefanta y acaba teniendo una relación amorosa con la amazona que está casada con el dueño. El tren es el escenario permanente de la historia.

Estamos en una vía lateral detrás del Escuadrón Volador, que, evidentemente, lleva algunas horas allí. La ciudad de lona ya se ha erigido, para deleite de la multitud de habitantes del pueblo que se pasea contemplándolo todo. Filas de chiquillos se sientan encima del Escuadrón Volador, observando la explanada con ojos brillantes. Sus padres están congregados debajo y señalan las diferentes maravillas que aparecen ante ellos. Los trabajadores del tren principal se bajan de los coches cama, encienden cigarrillos y cruzan la explanada en dirección a la cantina. Su bandera azul y naranja ya ondea y la caldera eructa vapor a su lado, dando un alegre testimonio del desayuno que ofrece.
Los artistas van saliendo de los vagones de la cola del tren, claramente de mejor calidad. Existe una jerarquía evidente: cuanto más cerca de la cola, más impresionantes las estancias que contienen. El mismísimo Tío Al desciende del vagón anterior al furgón de cola. No puedo evitar reparar en que Kinko y yo somos los viajeros humanos que más cerca van de la locomotora.
[…]
El tren de los Hermanos Fox ha sido retirado de la vía muerta y el tan cacareado vagón de la elefanta está ahora enganchado justo detrás de nuestra locomotora, donde el traqueteo es más suave. Tiene tragaluces en lugar de rendijas y es de metal.
Esta novela fue llevada al cine por Francis Lawrence en 2011. La cinta tiene una larga escena en la que un empleado acompaña al protagonista a lo largo del tren para mostrarle toda la fauna humana que trabaja en él y viaja en los distintos vagones y coches.

 

El de un circo viajando en un tren es un tema que ha pervivido en el tiempo. Podemos encontrar juegos de mesa basados en el deambular en tren de una compañía por el continente americano y son muchos los libros infantiles que aprovechan la atractiva combinación del tren, el colorido inherente al circo y la presencia de animales, aunque la concienciación sobre el bienestar animal está liberando a los leones de las jaulas. El tema ha pervivido en artistas de estilos muy distintos, veamos un ejemplo del siglo XX y otro del siglo XXI: N. Horn y su óleo Ringling Brothers Circus at the Train Station...

... y Bri Buckley y su The Traveling Circus

Todo parece indicar que el circo y los trenes seguirán juntos en el mundo de la creación artística.

lunes, 8 de enero de 2024

Trenes en la nieve


Si pensamos en películas o series en las que el escenario sea un tren rodeado de nieve, es muy probable que la primera que nos venga a la cabeza sea Snowpiercer (Rompenieves). En 1984 apareció la primera entrega de la novela gráfica Le Transperceniege con guion de Jacques Lob y dibujos de Jean-Marc Rochette, en 2013 tuvimos la versión cinematográfica dirigida por Bong Joon-ho y en 2020 nos llegó la serie dirigida por Graeme Manson. La base de las tres obras es que un fallido experimento para solucionar el calentamiento global acabó helando el planeta y matando a la mayoría de seres vivos; los únicos humanos supervivientes son los pasajeros, clasificados por capas sociales, de un tren que recorre sin paradas el mundo impulsado por un motor de movimiento continuo.


Pero en la pantalla ya se habían proyectado trenes sitiados por la nieve muchos años antes. En 1956 José Antonio Nieves Conde dirigió Todos somos necesarios. Falangista convencido, Nieves Conde se adscribió a la corriente neorrealista que llegaba de Italia porque consideró que sus postulados encajaban con su preocupación por las desigualdades sociales y la conducta inmoral de los ricos, que el veía como una traición a los ideales del nacionalsindicalismo; acabó apartado por el franquismo.

 

La trama argumental es simple y eficaz. Un médico condenado injustamente, un empleado que ha cometido un desfalco y un ladrón habitual dejan la cárcel tras cumplir sus condenas y suben a un tren donde, por su calidad de expresidiarios, son mal recibidos por los viajeros. El convoy queda bloqueado por la nieve y el hijo de un empresario que sólo ama al dinero y planea una aventura con su secretaria, cae enfermo y hay que practicarle una traqueotomía para salvarle la vida. El médico, suspendido de ejercicio y resentido contra la sociedad, se niega a intervenir, pero acabará cambiando su actitud ante la mirada de ánimo de la secretaria y el ejemplo de un cura, dispuesto a arriesgarse a operar al niño con sus escasos conocimientos adquiridos en las misiones. Por su parte, el ladrón habitual no duda en partir bajo la tormenta de nieve para pedir ayuda. Al final, a pesar de su heroicidad, los viajeros seguirán recelando de ellos por el solo hecho de ser expresidiarios. Toda la acción de la película transcurre en el ferrocarril, convertido en un escenario aislado, donde los personajes muestran su verdadero rostro cuando se enfrentan a conflictos morales.

El convoy de Murder on the Orient Express (1934, Asesinato en el Orient Express) de Agatha Christie también queda bloqueado por la nieve y, mientras se espera la llegada del tren de rescate, Hercule Poirot resuelve un caso de asesinato. Hay varias versiones para la gran y la pequeña pantalla que ha sido profusamente promocionadas y reemitidas hasta convertir esta obra y sus versiones en una de las más conocidas tanto de la autora como del cine con trenes.

Vlak u snijegu (1976, Tren en la nieve) del croata Mate Relja es una película basada en una novela juvenil. Un grupo de escolares viaja a Zagreb para una actividad académica, al regreso, el profesor se indispone y debe ser ingresado en un hospital, los niños prosiguen el viaje solos, pero el convoy acaba bloqueado por un vestisquero, entonces los escolares colaboran con los ferroviarios para liberar el tren. Es una película menor, con niños que se las ingenian para ayudar a despejar la vía de la nieve y, además, cantan dirigidos por un maquinista barbudo y campechano.

 

También transcurre en medio de una tormenta de nieve la historia que se nos cuenta en la película japonesa de dibujos animados Byôsoku go Senchimêtoru (2007, Cinco centímetros por segundo) de Makoto Shinkai. A ella pertenece el fotograma que encabeza esta entrada. Los dos protagonistas, Takaki y Akari, se enamoran al final de la escuela primaria, pero sus vidas toman caminos distintos. Pasa el tiempo. Un buen día, el chico decide ir a visitar a la chica en tren en medio de una tormenta de nieve. La película describe con todo detalle el trayecto con diversos cambios de línea que realiza el protagonista desde la estación toquiota de Shinjuku hasta el pueblo de Tochigui. Durante el viaje, la nieve hace que los convoyes acumulen retrasos y uno de ellos incluso se detiene durante un buen rato hasta que se puede limpiar la vía; no hay que decir que las compañías ferroviarias no paran de disculparse por los altavoces de trenes y estaciones. Por fin el chico llega a la estación de destino con muchísimo retraso, pero ella le está esperando. A partir de aquí, la historia resulta un poco ñoña para los gustos occidentales. El tren tiene un papel relevante, y como tal es tratado en el detalle de las estaciones o del interior de los convoyes, que son presentados como espacios para el romance y la reflexión. Que la nieve haya llegado a detenerlo es presentado como un hecho excepcional.

Puede que algunos fotogramas de la película Vlak u snijegu le recuerden a alguien el óleo de Claude Monet de 1875 conocido como Tren en la nieve o La locomotora. Más allá de su extraordinaria factura, este tren entrando en la estación de Argenteuil parece que nos está indicando que el ferrocarril es la única manera de moverse tras una tormenta de nieve que debe haber bloqueado los caminos.

 

El óleo En la estación. Mañana de invierno en el tren de los Urales (c. 1885) de Vladimir G. Kazantsev, contemporáneo de Monet, tiene muchas similitudes con el anterior: la forma grisácea del convoy contrastando con la nieve que cubre todo el entorno, el humo destacándose sobre el cielo cubierto, las luces del testero… y la misma sensación de que el tren nos ofrece la única manera de movernos por el paisaje.

 

El paso del tiempo no le ha quitado al tren esta capacidad de llegar con nieve a donde no se puede llegar de otra manera. El pintor norteamericano Everett Longley Warner, que tomó como uno de sus temas el paisaje de Pensilvania, representó en Panther Hollow (c. 1930) un tren industrial circulando por este barrio de Pittsburgh.

 

Canadá nos proporciona un ejemplo actualísimo de la importancia del ferrocarril en tiempos de nieve. Cuando los rigores del invierno dejan el territorio congelado, solo él es capaz de comunicar ciudades y transportar mercancías. Un convoy, sea de vapor, sea diésel, atravesando las llanuras nevadas y heladas es un tema muy común en la pintura ferroviaria intemporal canadiense, como es el caso de Canadian at Morant's Curve (2001) de Glen Frear, que nos muestra un convoy de CP Rail circulando bajo la mirada de las Montañas Rocosas por un tramo de la línea que se ha convertido en un clásico por su belleza.


En los sistemas montañosos de nuestra península también la nieve puede poner al ferrocarril en dificultades, es lo que escogió como tema José Catalá en su obra Puerto de Tosas (c. 2002) que nos muestra una 435 dando servicio a la relación entre Barcelona y la frontera francesa en Puigcerdà pasando por este puerto de montaña pirenaico.

 

Todas estas obras tienen en común el recordar que uno de los logros del ferrocarril fue el haber sido el primer medio de transporte que pudo enfrentarse a gran escala a las nevadas copiosas. El contraste de las formas oscuras y geométricas de los convoyes contrastando con el blanco informe de la nieve, las ventanillas iluminadas de los coches recordando que en su interior se está a salvo del frio y la sensación de que podemos seguir viajando a pesar de la tormenta son imágenes que han quedado fijadas como lugares comunes en el imaginario artístico.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Trenes y migraciones


El fotógrafo Carlos Pérez de Rozas y Sáenz de Tejada, que perteneció a una estirpe de fotoperiodistas que actualizó la profesión, trabajó en La Solidaridad Nacional y, al cierre de esta, en La Vanguardia. En 1950 hizo una serie de fotografías sobre la emigración con una estética que le inscribía de lleno en el realismo social. La que reproducimos está tomada en la Estación de Francia de Barcelona y muestra a emigrantes que van a trabajar al país vecino.

Veinte años después, esta estación seguía siendo puerta de salida de los vendimiadores, y el cantautor Joan Manuel Serrat les dedicó una canción (a la derecha la versión original en catlán):
Al llegar septiembre                             Pels voltants de setembre
antes de que llegue el frio                    abans que arribi el fred
compran su billete                                compren el seu bitllet
para el tren de la esperanza                  per al tren de l'esperança.

Y los hemos visto alejarse                   I els hem vist allunyar-se
con la maleta al hombro                      amb la maleta a coll
caminando por un andén                     caminant per un moll
de la Estación de Francia                    de l'estació de França
(…)                                                     (…)
Los vendimiadores también salían de la Estación del Norte de Valencia, y el novelista de Játiva Toni Cucarella, en la novela Els camps dels vençuts (2002, Los campos de los vencidos), resiguió su salida de València, el paso del control de frontera en Portbou y la llegada a Narbona.
En la estación del Norte de València crecía un caos gritón y bullicioso. Diversas vías eran ocupadas per largos convoyes que se perdían al fondo de andén, los trenes especiales de vendimiadores. Era una muchedumbre la que se agitaba, de aquí para allá, buscando su coche. Las mujeres y los niños esperaban, de mientras, vigilando los montones de bultos. Acarreábamos un bagaje copioso y pesado: las maletas llenas de alimentos, sobre todo latas de conserva y embutidos de todo tipo. Había que ahorrar cuanto más mejor, por eso nos llevábamos la máxima manutención desde casa. El salario que habíamos de cobrar era elevado respecto del que se cobraba aquí, ya que en Francia el nivel de vida era bastante más caro, pero si teníamos que comprar allí la comida, perderíamos la poca ganancia.
El mismo año que Pérez de Rozas tomaba sus fotos en la Estación de Francia, nacía en Tarifa otro reconocido periodista gráfico, Manuel Sanvicente Valonero, que desarrolló su carrera en el diario Informaciones de Andalucía y, a su cierre, en ABC de Sevilla. De él es la fotografía de finales de los años 60 del siglo pasado de los emigrantes que parten de la estación de Sevilla Patio de Armas. Fue publicada en ABC de 27 de julio de 2009 para acompañar un texto de Aurora Flórez titulado El tren hacia el éxodo.

Apenas resta un segundo para que den las cinco de la tarde en la estación de Plaza de Armas. El aviso de salida del tren está a punto de romper el aire y envolver los nervios, la tristeza y la sensación de desarraigo de los viajeros, que ya caminan hacia las vías o empiezan a cargar celerosos los bultos. Un operario con mono amontona en un recogedor casero las colillas y papelitos que quedan en el suelo. (...) Se marchaban del asfixiante largo brazo de la posguerra para evitar a los suyos desde la lejanía y la nostalgia la apretura del traje remendado, el raído abrigo heredado de niño en niño, los zapatos desollados, el dolor de la miseria, el olor de la pobreza.
El dibujante Cesc, en el libro Arriba Spain! (1972), que recogía sus viñetas de crítica social en diversos periódicos y revistas, quiso mostrar que había matices en los motivos de la emigración aunque todas se realizaran en tren.


El contraste entre el lugar de salida y el de llegada es uno de los temas de la película La piel quemada (1967) de Josep Maria Forn. Mientras seguimos el largo viaje en tren de la mujer y los niños desde Andalucía hasta Barcelona pasando por Valencia y, después, en autobús hasta la Costa Brava de Gerona, vemos intercalada la vida que lleva el marido trabajando en la construcción y viviendo el choque cultural entre su tierra de origen y la que le ha acogido. Tras unos meses en solitario, el hombre ha logrado alquilar un lugar para vivir y poco a poco va conociendo a sus compañeros de trabajo, a los empleadores locales y a las turistas que están de vacaciones, incluida una muchacha belga que le descubre un mundo insospechado.



Si cruzamos el océano Atlántico y regresamos a nuestros días, nos encontraremos con una dramática vinculación entre ferrocarril y migración. “La bestia” es la denominación que recibe el lento tren de mercancías que atraviesa Centroamérica y México de sur a norte. Los emigrantes lo usan como medio de transporte para intentar cumplir el sueño de entrar en los Estados Unidos. Es un viaje peligrosísimo, no sólo por la dificultad de mantener el equilibrio encaramado en los vagones, sino también por la amenaza de las mafias, todo ello bajo el acoso constante de “la migra”, la policía de inmigración.

En 2013 el director de cine español afincado en México Diego Quemada-Díez rodó La jaula de oro (The Golden Dream), que narra las peripecias de dos adolescentes que huyen de su aldea para buscarse un futuro y emprenden un peligroso viaje durante el que trabarán amistad con un chico indígena, sufrirán en sus carnes abusos e injusticia, pero también descubrirán la amistad y la solidaridad, pasarán la frontera de la mano de una mafia y serán “recibidos” por un francotirador voluntario que abate inmigrantes. Una película dura pero imprescindible.

 

Ese mismo año, el granadino Daniel Rodríguez Moya, poeta y periodista vinculado a Nicaragua, escribió el poema “La bestia”, The American way of death, he aquí tres fragmentos:
(…)

Nadie duerme en el tren,
sobre el tren.
Agarrados al tren
todos buscan llegar a una frontera,
a un sueño dibujado como un mapa
con líneas de colores:
una larga y azul que brilla como un río
que ahoga como un pozo.
(…)
Las gentes congregadas muy cerca de la vía
con un trago en la mano,
el olor a fritanga y a tortilla
como si fueran fiestas patronales,
esperando el momento para subir primero,
y no quedarse en el andén del polvo,
montar sobre ‘La Bestia’, en el ‘Tren de la Muerte’
o esperar escondidos adelante,
en los cañaverales,
con un rumor inquieto.
Y esquivar a la migra.

 (…)

Transitan los vagones por los campos
donde explotan las más extrañas flores.
Pasan noches y días
como sogas del tiempo en marcha circular.
Cada milla ganada a los raíles
aleja en la llanura otra estación del sur.

Marcha lenta la máquina
con racimos de hombres a sus lados.
El humo del gasóleo
difumina un perfil que se pierde a lo lejos.

Ha pasado ‘La Bestia’ camino a la frontera.

Avanza hacia el norte
el viejo traqueteo de un tren de mercancías.
El poeta mejicano Mijail Lamas también habló de este drama en el poema de diez cantos Trenes (2014), en el séptimo podemos leer:
El trampa es el que sube a los cargueros,
él salta a los vagones desde el sur.
Huye de la miseria.
Busca el norte que no es más que otra forma
de nombrar a la muerte.
Los han visto pasar mirando hacia las casas,
deseando estar adentro.
Ellos vienen de paso, están cansados
dice la madre al niño
que mira fascinado el paso del convoy.
Ellos vienen de paso… pero el trampa no vuelve.
¿Alguien después de mucho,
cuando los trenes pasan por los pueblos del sur,
recordará sus nombres?

 

viernes, 3 de noviembre de 2023

Cine bélico chino con trenes

Los interesados por las películas con trenes chinos en plena acción ferroviaria o enzarzados en hazañas bélicas recordarán Tie dao wei shi (1960, Guardas ferroviarios) del director Ying Fang. Con un planteamiento claramente propagandístico, la cinta se centra en la lucha contra los agentes norteamericanos que pretenden sabotear los trenes chinos que intentan ayudar al pueblo de Corea del Norte, pero como es de esperar, serán derrotados por los agentes chinos con la ayuda de los ferroviarios que, con valor y arrojo, defienden su ferrocarril y su causa. 


La trama se centra en el esfuerzo abnegado de los ferroviarios, en su colaboración con los soldados y en la infiltración entre los enemigos para desenmascarar a los traidores que colaboran en el intento de volar un túnel. Así que vemos trenes circulando, saboteadores en acción, luchas sobre el techo de los vagones y héroes que salvan los convoyes en el último momento.



 

Para los que añoren cintas de este tipo, nada como Tie dao wei shi (2016, Los tigres del tren) de Sheng Ding. La escena inicial de la película nos muestra a un niño que, durante la visita a un museo ferroviario contemporáneo, se despista del grupo, sube a la plataforma de conducción de una locomotora de vapor preservada y descubre el dibujo en tiza de un tigre con alas en las puertas del hogar. Las portezuelas del hogar se abren y empieza una historia ambientada en 1941 durante la ocupación japonesa de parte de China.

 

Este arranque ya nos predispone a contemplar una fábula, una historia contada siguiendo los tópicos de las narraciones orales tradicionales y las formas del cine de aventuras del siglo pasado. Es en esta clave que los aficionados al ferrocarril disfrutarán de las inmensas locomotoras de vapor, de las circulaciones de trenes, de las operaciones de conducción al borde de lo imposible, de las heroicidades de los protagonistas dentro, encima y debajo de los convoyes, de los juegos estratégicos con los cambios de agujas y de las escenas de la lucha en las vías para poder volar un viaducto estratégico.

 

Los protagonistas son una panda de resistentes desarrapados que, capitaneados por un empleado ferroviario, se mueven por la línea de Tianjin a Nanjing, en el este de China, robando comida de los transportes japoneses para dársela a los lugareños empobrecidos por culpa de la invasión. Emboscan a los soldados japoneses con todo tipo de artimañas, muchas de ellas propias del teatro popular y, algunas de ellas, auténticas jaimitadas. No tienen armas, pero se las apañan con enseres domésticos, tablones, cuerdas, martillos y cualquier cosa que les caiga en las manos, incluida una pipa metálica que el jefe siempre lleva consigo, aunque nunca la usa para fumar.

 

Los pueblerinos llaman al grupo “tigres del ferrocarril” y le ofrecen su apoyo, incluso el venerable jefe de estación les encubre ante los temibles soldados japoneses. En una de sus acciones entran en contacto con un agente del ejército que tiene la misión de volar un viaducto estratégico para cortar el transporte de suministros de las fuerzas japonesas. El joven muere y el grupo de desarrapados asume como propia su misión.

Terminada la epopeya, las portezuelas del hogar se cierran delante del niño como si fueran el telón de un teatro y el pequeño se reincorpora al grupo de su clase.
 

Que mientras circulan los créditos veamos las tomas falsas en una ventana lateral contribuye a recordarnos que se ha utilizado el lenguaje fílmico de la parodia para explicarnos una historia con contexto histórico, aunque también podría ser una especie de disculpa por armar una película tan simplona. Simplona porque lo es tanto desde el punto de vista argumental, como de la profundidad de los personajes, y es una lástima porque trabaja con unos materiales ferroviarios que podrían dar mucho más de sí.

Entre los guardas ferroviarios y los tigres del tren pasaron cincuenta y seis años, pero el cine sigue siendo un elemento propagandístico. De los contenidos de las dos cintas, nosotros nos quedamos con los trenes.

lunes, 2 de octubre de 2023

Fastuosas inauguraciones ferroviarias (y II)


Vimos en la entrega anterior como la pintura suele darnos una visión global de las inauguraciones y como las valoraciones ideológicas o políticas parece que se encuentra más en las obras literarias escritas para la ocasión, pero si analizamos las obras plásticas con detalle, veremos que también contienen un mensaje. En la composición de este tipo de escenas se suele dar relevancia a las autoridades y el público no suele ser representado como una aglomeración de curiosos sino como una muchedumbre henchida de fervor popular.

En mayo de 1875 se inauguró el denominado Ferrocarril Carlista por parte del pretendiente Carlos VII. En el dibujo que reproducia la ceremonia, no hay más asistentes que el pretendiente, su familia, su corte y sus mandos militares cobijados bajo la marquesina de la estación y, al otro lado de la vía, una formación de soldados. Solo una pareja con dos niños y un cura humilde parece que representan a la población de Tolosa.


Unos años antes, un 15 de agosto de 1864, cuando se inauguró el ferrocarril del norte en San Sebastián, no faltó el dibujo correspondiente en la prensa; es el que encabeza esta entrada. El podio para las autoridades y las banderas reales, con sus colores rojos, centran la atención de la imagen y parece que reduzcan el convoy inaugural a la categoría de personaje secundario. El elemento religioso es muy relevante, con un altar en el podio y la representación detallada del arzobispo, sus acòlitos y los monaguillos con sus cirios altos. Hay militares formados y, esta vez sí, público, aunque seleccionado a juzgar por sus vestimentas.

Este tipo de obra, a medio camino entre el documento gráfico y la voluntad de realización artística, es muy común en toda Europa, sobretodo, claro está, antes de la generalización de la fotografía. Era habitual que un dibujante tomara en vivo un apunte del acto y que, ya en la redacción del periódico o de la revista, él mismo o un artista realizara el dibujo que acabaría publicándose.

Véanse las semejanzas entre las dos ilustraciones citadas anteriormente y la que realizó Barbereux en 1849 para dar noticia de la inauguración de la línea entre Épernay y Reims. También en éste las locomotoras parecen tener un papel secundario y se da toda la relevancia al podio de las autoridades. El ángulo de la composición es casi idéntico.

 

Si hablamos de pintura, las cosas no cambian mucho. Si se compara el óleo de Pérez Villaamil de la inauguración del ferrocarril de Gijón a Langreo en 1852 con el firmado en 1840 por Salvatore Fergola, Inaugurazione della ferrovia Napoli a Portici, encontraremos bastantes similitudes. Las locomotoras no son representadas frontalmente, sino que se nos muestra el convoy completo desde una vista lateral, los elementos del paisaje son reproducidos con detalle, las multitudes parece que han acudido con espontaneidad y un cielo amplio y azul pone fondo y luz a la ceremonia.


 

La inauguración del primero de los ferrocarriles, el de Liverpool a Manchester, el 15 de septiembre de 1830, también tiene gran profusión de representaciones gráficas, siendo los dibujos de A. D. Clayton los más divulgados porque fue a partir de ellos que otros artistas realizaron litografías coloreadas. La más conocida muestra un convoy visto des de la cola, con una decena de coches descubiertos partiendo hacia Manchester. 


Pero la ilustración que mejor da idea de los fastos de la inauguración es la que publicó Isaac Shaw Junior el año siguiente. En ella quedan más claros los detalles de la ceremonia inaugural. Desde Liverpool partió un convoy en el que viajaba el primer ministro, que a la sazón era Arthur Wellesley, duque de Wellington, y, por la vía paralela circularon otros siete convoyes con el resto de invitados. La multitud abarrotaba los laterales de las vías, hasta el punto que en Manchester literalmente apartaba la gente con su empuje.

 

El programa incluía una parada en la estación de Parkside para reponer agua. Los empleados pidieron a los viajeros que no bajaran de los coches, pero muchos desobedecieron, entre ellos el parlamentario por Liverpool William Huskisson, que bajó del suyo para hablar con el primer ministro. Vio demasiado tarde que se acercaba otro de los convoyes por la vía paralela y fue atropellado. Como resultado de las heridas murió unas horas más tarde. El accidente fue recreado por los dibujantes de la prensa y esgrimido por los contrarios al ferrocarril.

 

En Japón, el ferrocarril se inauguró en 1872 y las representaciones gráficas de la ceremonia inaugural tomaron la forma de una manifestación artística que en aquellos años era muy popular: los ukiyo-e. Estas eran unas xilografías, normalmente de tres cuerpos, de artistas reconocidos y tenían un precio asequible para la emergente clase media. Sus temas habituales eran los paisajes, el teatro, las geishas y el sumo. El ferrocarril, la primera gran novedad llegada de occidente a raíz de la apertura de fronteras, se convirtió en el nuevo gran tema de los ukiyo-e. El que reproducimos, representa el momento en que el tren que lleva al emperador y su séquito regresa a la capital desde Yokohama después de hacer el viaje inaugural.

 

Es una cultura y un tipo de arte muy distinto al europeo, pero hay cosas que no cambian: la ilustración también incluye una tribuna para las autoridades, invitados relevantes con atuendos que explicitan su rango y, abajo del todo y pequeñito, el público.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Fastuosas inauguraciones ferroviarias (I)


Las inauguraciones de líneas férreas durante el siglo XIX y primeros años del XX solían ser celebradas con oficios religiosos solemnes, bendiciones, festejos multitudinarios, certámenes literarios y exposiciones de bellas artes. El contenido de estas manifestaciones suele ser un buen reflejo de la enorme carga ideológica que tenía el ferrocarril en el momento de su aparición y extensión por el territorio español.

La pintura suele darnos una visión global de las inauguraciones y la carga ideológica o política queda bastante atenuada, aunque normalmente se da relevancia a las autoridades presentes y al fervor popular. Un buen ejemplo de este tipo de obras es el óleo (al inicio de esta entrada) de Jenaro Pérez Villaamil (1807-1854) Inauguración del ferrocarril Gijón Langreo (1852). El centro de la composición lo ocupa la locomotora con sus banderas, en la parte inferior aparece el público y en la parte superior la tribuna de autoridades presidida por la reina Isabel II.

Otro de los elementos artísticos que solían emitirse con motivo de las inauguraciones eran las monedas conmemorativas. Una que es bastante significativa por la cantidad de simbología que contiene es la que se acuñó en 1881 con motivo de la llegada del ferrocarril a Vilanova, ciudad situada en la costa sur de Barcelona. Esta se acuñó en bronce plateado de 5,7 mm de diámetro. En el anverso hay una figura femenina que representa a Cataluña con un escudo de armas sobre el pecho y las manos apoyadas en los blasones de las ciudades de Vilanova y de Valls, a su alrededor están los atributos referentes a la industria, la agricultura y el comercio; la inscripción reza Inauguración del trayecto de Villanueva a Barcelona 29 Diciembre 1881. En el anverso hay una locomotora en marcha, los dioses mitológicos Vulcano y Mercurio y la inscripción Compañía de los Ferrocarriles Directos de Madrid y Zaragoza a Barcelona.

Es en la literatura escrita con motivo de las inauguraciones donde más se manifiesta el trasfondo ideológico. Existen decenas y decenas de odas al ferrocarril que fueron escritas para ser leídas en actos públicos, declamadas en banquetes de celebración e impresas en publicaciones conmemorativas. En 1882 se publicó en Vilanova un volumen con las obras del certamen literario celebrado en 1881 «con motivo de los festejos con que solemnizó esta villa la inauguración de los ferrocarriles directos de Madrid y Zaragoza a Barcelona en la sección comprendida entre esta capital y Villanueva». Vicente Piera Tossetti ganó el premio Locomotora de Plata con un poema en castellano, Oda al ferrocarril, que bien puede tomarse como muestra representativa del estilo y contenido de la mayoría de poemas que se escribían en aquella época a propósito de la inauguración de ferrocarriles.
¡Salve! Sublime concepción del genio
En alas de la ciencia arrebatado.
Yo te miro avanzar, rauda y gigante,
Por el camino hermoso y acerado
De inmensa ferrovía,
Y el rumor majestuoso y atronante
De tus ruedas indómitas que guía
La fragua de volcán que en ti flamea
Retumba informe en los peñascos secos
Y del monte a los valles se propaga,
Trasportado en las ondas de cien ecos.
Brillan, perdidos en la sombra oscura
De la noche infernal, tus ígneos ojos
En cuyo centro abrasador fulgura
La luz siniestra de matices rojos;
Del férreo seno de calor henchido
Turbio penacho de vapor asciende,
Y, al deshacer sus blancas espirales
Y perderse en el aire, confundido
Con las rosadas brumas matinales,
Se derrama en diamantes de rocío
Sobre el cáliz abierto de las flores,
Pagando a la feraz Naturaleza
Con fraterna largueza
Sus aromas, su luz y sus rumores.
[…]
Los temas recurrentes de estas obras son la identificación del ferrocarril con el progreso, la unión de las personas y las ciudades, la admiración ante la potencia de la locomotora, la asimilación de las locomotoras a monstruos mitológicos y la loa de su capacidad de transformar el paisaje, salvar ríos y perforar montañas.

Hay un recurso que aparece en algunas odas y que incide de lleno en la discusión entre aquellos que veían el ferrocarril como un símbolo y promotor del progreso y los que le achacaban todos los males del infierno. Consiste en presentar el ferrocarril como una realización de la técnica inspirada o bendecida por Dios. Lo hace la poeta catalana Dolors Monserdà en el poema Al ferro-carril (1883) en el cual habla de la transformación del paisaje y ve en la potencia mecánica una realización de la inteligencia humana inspirada por Dios.
Gegant, qu'entre férreas masses,
penetres dins altius monts,
y unint escampades rasses,
al màgich poder enllasses
les mes llunyanes regions,
al trovarme en ta presencia,
s'aixeca al cel l'esguard meu,
puig descobro en ta potencia,
lo foch de la inteligencia
encés per la ma de Deu!

Gigante, que entre férreas masas,
penetras en altivos montes,
y uniendo zanjas alejadas
al mágico poder enlazas
las más lejanas regiones,
al encontrarme en tu presencia
se levanta al cielo mi mirada,
pues descubro en tu potencia,
el fuego de la inteligencia
prendido por la mano de Dios!

El poeta social gallego Manuel Curros Enríquez (1851-1908) dedicó el poema Na chegada a Ourense da primeira locomotora a la llegada del ferrocarril a esta ciudad gallega en el año 1881. Si Dolors Monserdà intentaba ganarse el favor de los conservadores, Manuel Curros opone frontalemnte la locomotora a la imaginería religiosa.
(…)
Velaí ven, velaí ven tan oupada,
tan milagrosiña, con paso tan meigo,
que parece unha Nosa Señora,
unha Nosa Señora de ferro.
Tras dela non veñen
abades nin cregos;
mais vén a fartura
¡i a luz i o progreso!
(…)

(...)
Verla ahí viene, verla ahí viene tan firme,
tan milagrosa, con paso tan hechicero,
que parece una Nuestra Señora,
una Nuestra Señora de hierro.
Tras de ella no vienen
abades ni clérigos;
pero viene la abundancia
¡la luz y el progreso! 
(…)

En algunos casos, las odas hablan de cualquier cosa menos del ferrocarril; en el volumen que recoge el poema ya citado de Dolors Monserdà, publicado con motivo de la llegada del ferrocarril a Valls, 49 de las 61 colaboraciones no lo citan en absoluto. Algo parecido ocurre en la oda Las dos Isabeles (1863) de Ramón de Luna, composición poética escrita para solemnizar la inauguración del ferrocarril de León a Palencia y en la que se ensalzan las figuras de Isabel I...
(…)
Con cincel diamantino, en letras de oro,
la historia recogió tus altos dones,
heroica Isabel, terror del Moro,
que espantado huye aún de tus pendones.
(…)
… y de Isabel II…
(…)
A otro mundo de fuerzas productoras
con fe se lanza nuestra reina amada;
sus carabelas son locomotoras,
su América, la España inanimada.
(…)
… pero en el que la palabra “locomotoras” es la única referencia al ferrocarril en las siete estrofas del poema.

Con el paso de los años se va perdiendo esta rigidez protocolaria y queda espacio para el humor, como ocurre en este poema, Valencia y Aragón, de Pedro Puerto escrito en 1902 con motivo de la inauguración del Central de Aragón.
¡Por eso van ya del brazo!
Vino un padrino extranjero,
y al ver amor tan sincero
y tan firme y tan leal
ha tejido el nupcial lazo
de Aragón y de Valencia
con el genio de la ciencia
y el poder del capital
y ellos, su afán ya cumplido
colmadas sus dichas todas,
hacen su viaje de bodas
en opulento vagón;
y un rico tren, guarnecido
de gallardetes y flores,
es el tálamo de amor
de Valencia y Aragón.