miércoles, 21 de marzo de 2012

P. D. James, amante del ferrocarril

Entre agosto de 1997 y agosto de 1998, la escritora de novela negra británica P. D. James llevó un dietario que publicó en 1999 con el título de Time to Be in Earnest y que fue traducida en español como La hora de la verdad. En realidad se trata también de unas memorias porque, al hilo de los lugares que visita o las personas con las que habla, rememora su vida. En esos años, la novelista realizaba numerosos viajes para promocionar sus novelas y dar conferencias, y siempre que podía, viajaba en tren.

La primera de las entradas del dietario, está escrita en un tren y, en varias de ellas, describe con una literatura llena de referentes pictóricos el paisaje por el que viaja.

Domingo 3 de agosto

Escribo esto sentada en un compartimiento casi vacío de primera clase del tren de las tres treinta y dos que va de Newton Abbot a Paddington, mientras contemplo el paisaje rojizo de Devon, ahora tan borroso que parece desleírse en la lluvia; incluso el trecho costero de Dawlish y Teignmouth, que con tanta ilusión aguardaba, ha perdido su magia habitual.

Jueves, 2 de abril

La primera parte de este viaje (Edimburgo – Londres) es la más emocionante: costa escarpada antes y después de Berrwick, el mar embravecido salpicando rocas irregulares, y el primer tojo, de un amarillo brillante, en los promontorios. Después el río Tweed, fluyendo bajo el Ultimo puente para unirse al mar en Berrwick. Ahora estamos en un país mas calmo y el tiempo ha cambiado, de gris a lluvioso; gotas de lluvia, como renacuajos plateados, serpentean por los cristales. El norte parece pintado al óleo en tonos oscuros y con trazo vigoroso; el sur, a la acuarela. Ahora, sin embargo, el paisaje borroso parece una pintura puntillista, con los campos apenas garabateados por el amarillo limón de la colza.

Demuestra tener un buen conocimiento de este medio de transporte en Inglaterra, no en vano era el que articulaba el territorio durante los años de la infancia y primera juventud de la autora, pero ella demuestra tener un interés y atención especiales sobre él, que incluyen un buen conocimiento de la red y criterio sobre la transformación de las estaciones.

Lunes, 18 de agosto

Hoy he ido a Cambridge en el tren de las diez y media que sale de King's Cross. El viaje ha durado menos de una hora. Actualmente, el servicio a Cambridge es muy rápido y cómodo. Cuando era niña, los trenes rápidos iban siempre a Liverpool Street y los lentos a King's Cross, pero ahora sucede justo lo contrario. Para mí, la vieja estación de Liverpool Street era el pórtico de Londres, una terminal emocionante y romántica.

Domingo, 14 de septiembre

El viernes fui a Southwold con una amiga de Orlord, la novelista Ann Pilling. Ella no tenía coche, de modo que vino muy temprano en autobús y tomamos un taxi hasta Liverpool Street. Era la primera vez que Ann veía la estación restaurada. A mí, desde el punto de vista arquitectónico, me parece una de las más logradas de Londres. Me encanta el meticuloso enladrillado y el modo en que han conservado y reparado los grandes arcos de hierro. Recuerdo la Liverpool Street de mi infancia: llena de humo, misteriosa, emocionante. Para mi, representaba Londres y todo lo que ese mundo tenía de aventura, historia, diversión y cierto aire de peligro.

Avanzándose a una medida que años más tarde pondrían en vigor la mayoría de operadores, reivindicó el poder viajar en silencio, sin la tortura de los móviles o los auriculares.

Jueves, 2 de abril

Escribo esto en el tren de Edimburgo a King's Cross, tras mi charla para la Scottish Medico- Leegal Society. El vagón va casi vacío y estoy disfrutando de lo que más me gusta, un viaje tranquilo e ininterrumpido. En York subió un hombre y de inmediato se puso a hablar por su teléfono móvil. Sentí un miedo terrible a que la paz se hubiera acabado, pero sólo hizo una llamada. Estaría bien que hubiera vagones aparte para las personas que quieren hacer negocios a viva voz durante el viaje, pero no estoy a favor de aumentar el número de prohibiciones. Quizá seria mejor poner carteles pidiendo a la gente que sólo usen sus teléfonos móviles en el pasillo o entre compartimientos. Eso transmitiría el mensaje de que no se trata de una práctica bien vista.

Descubrimos, finalmente, que este afecto de P. D. James por el ferrocarril arranca en su niñez y que también ella vincula ferrocarril con oportunidad de aventura.

Domingo, 12 de julio

A casa de mi nieta Eleanor y su pareja, Scott, para tomar el te y ver su piso de West Hampstead. Es pequeño pero encantador; la luz entra a raudales por los ventanales y el tragaluz, y hay una terraza que han convertido en un pequeño jardín. Da a la estación, pero nunca me ha molestado el sonido de los trenes al pasar. Cuando de niña vivía en The Woodlands, en las afueras de Ludlow, desde la cama oía pasar los trenes más allá de los campos, un sonido confortador y emocionante al mismo tiempo, que contenía la promesa de viajes imaginados. En nuestros paseos dominicales de la infancia corríamos campo a través al menor indicio de que un tren se aproximaba, nos encaramábamos a la tapia y saludábamos al maquinista y al fogonero. En todas las ocasiones nos devolvían el saludo. Si teníamos suerte, el fogonero estaba echando carbón a la caldera y atisbábamos el corazón en llamas del monstruo.

(Se ha utilizado la traducción de Victoria Simó para Ediciones B, S.A., publica en 2002 en Suma de Letras, S.L.)