miércoles, 5 de febrero de 2014

El tiempo entre costuras... vía Delicias


Esta escena corresponde al capítulo undécimo de la serie El tiempo entre costuras, una producción de Boomerang TV para Antena3 que acabó de emitirse el mes pasado con gran éxito de audiencia. En la novela (2009) de María Dueñas en la cual se basa la serie, Sira, la protagonista, también se dispone a tomar el Lusitania Express, pero se lee:
No observé ningún cambio en su actitud hacia mí, ni mostró la menor señal de suspicacia: estuvo como siempre, atento, ameno y seductor, como si todo su mundo girara alrededor de aquellos rollos de hermosas sedas de Macao que me mostró en su despacho y nada tuviera que ver con la obscena negrura de las minas de wolframio. Recorrimos por última vez la Estrada Marginal y atravesamos veloces las calles de Lisboa haciendo volver las cabezas de los viandantes. Entramos en el andén veinte minutos antes de la salida, él insistió en subir conmigo al tren y acompañarme hasta el compartimento. Recorrimos el pasillo lateral, yo delante, él detrás, apenas a un paso de mi espalda, cargando aún mi pequeño maletín en el que las pruebas de su sucia deslealtad se mezclaban con inocentes productos de aseo, cosméticos y lencería. —Número ocho, creo que hemos llegado —anuncié.
 La puerta abierta mostraba un compartimento elegante e impoluto. Paredes forradas de madera, cortinas descorridas, el asiento en su sitio y la cama aún sin preparar.
 —Bueno, mi querida Arish, ha llegado la hora de la despedida —dijo mientras dejaba el maletín en el suelo—. Ha sido un verdadero placer conocerte, no me va a resultar nada fácil acostumbrarme a no tenerte cerca.
El tren parte y, durante el trayecto, es atacada por los hombres de Da Silva y ayudada por Marcus. En la serie, los dos secuaces la acorralan en el andén y Marcus la ayuda a escurrirse a través de las vías hasta su coche, con el que emprenden la huida.

La escena de la serie se filmó en la estación de Delicias de Madrid maquillada con un cartel sobre la puerta que rezaba "Estaçäo Lisboa Santa Apolónia". La estación acoje el Museo de Ferrocarril de la Fundación de los Ferrocarriles españoles, y los cámaras tuvieron que hacer auténticas maravillas para destacar la locomotora humeante del tren que se supone que toma la protagonista y disimular el resto de material expuesto. No siempre lo logran: en un momento dado, vemos los colores verde y amarillo de la 4020, que no se fabricaría hasta veinte años largos despues de la acción.


En la secuencia siguiente, nos podemos recrear con el material pendiente de restauración de la playa de vías trasera y, cuando alcanzan el automóvil de Marcus, admirar la arquitectura siempre agradable de los edificios de la estación. El resultado global es satisfactorio y es muy probable que el espectador medio, atrapado por la historia, ya no recuerde que, capítulos atrás, ya se vió a la misma estación de Delicias hacer a la vez de estación madrileña y de estación lisboeta con toda naturalidad.

Volvamos al texto de la novela. El fragmento que se reproduce a continuación es el que corresponde al tema de la pérdida y recuperación, durante la huida, de los cuadernos con los patrones en los que está encriptada la información sobre el wolframio. Es la misma escena que hemos visto trasladada al andén de Santa Apolonia. María Dueñas consigue una buena recreación del ambiente ferroviario jugando con la descripción de la acción y las referencias a los sonidos.
Y entonces, en medio de aquel caos de apremios, ánimos alterados y voces superpuestas, oímos el chillido afilado del tren al frenar.
Todo en el andén quedó de repente callado e inmóvil, como cubierto por una sábana de quietud mientras las ruedas rechinaban sobre los raíles con un sonido agudo y prolongado.
Marcus fue el primero en hablar.
—Han accionado la alarma. —Su voz se hizo más grave, más imperiosa—. Se han dado cuenta de que hemos saltado. Vamos, Sira, hay que salir de aquí ahora mismo.
Automáticamente, el grupo entero se puso de nuevo en acción. Volvieron los bramidos, las órdenes, los pasos sin destino y los gestos iracundos.
—No podemos irnos —repliqué dando vueltas sobre mí misma a la vez que barría el suelo con la mirada—. No encuentro mi cuaderno.
—¡Olvídate del maldito cuaderno, por Dios! —gritó furioso—. ¡Vienen a por ti, Sira, tienen orden de matarte!
Noté que me agarraba el brazo y tiraba de mí, dispuesto a sacarme de allí aunque fuera a rastras.
—No lo entiendes, Marcus: tengo que encontrarlo como sea, no podemos dejarlo atrás —insistí mientras seguía buscando. Hasta que distinguí algo—. ¡Está ahí! ¡Ahí! —grité intentando zafarme mientras señalaba algo en medio de la oscuridad—. ¡Ahí, en la vía!
El sonido chirriante de los frenos se fue debilitando y el tren quedó por fin parado con las ventanillas llenas de cabezas asomadas. Las voces y los gritos de los pasajeros se sumaron a la bronca incesante de los ferroviarios. Y entonces los vimos. Dos sombras caídas de un vagón corriendo hacia nosotros.