jueves, 17 de diciembre de 2015

Coches profusamente historiados


La galeria de arte ferroviario virtual Railarte.es ofrece, bajo el título La imagen del ferrocarril del siglo XIX al XXI, las obras que forman parte de una colección iniciada hace más de veinte años por un profesional ligado a los ferrocarriles con un gran aprecio por las artes plásticas, lo que le ha conducido a reunir una colección cuyo hilo conductor es el tren. Es la única muestra con esta temática existente en España. La colección está compuesta por más de cuatrocientas obras (óleos, grabados, acuarelas, dibujos, collages…) entre las que se encuentran representadas distintos estilos (hiperrealismo, impresionismo, naif). Abarca desde los inicios del ferrocarril en el siglo XIX hasta nuestros días. La mayor parte de esta colección está depositada en la sede de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles en una exposición con una selección de grabados. Otra parte se puede contemplar en la sede de la Asociación Monfortina de Amigos del Ferrocarril. También se puede ver en exposiciones temporales que se realizan por diferentes lugares del país.

Recientemente la colección se ha incrementado con un conjunto de ocho grabados procedentes de Alemania, de autor desconocido. Tres de ellos corresponden al Rheingold, el mítico expreso que circuló entre 1928 y 1987 entre Rotterdam, Utrecht, Düsseldorf, Colonia, Karlsruhe, Baden-Baden, Freiburg y Basilea.



Los otros cinco corresponden a trenes imperiales al servico de Jorge V, Luís II de Baviera, la kaiserina Augusta Victoria y del kaiser Otto von Bismark.


Estas nuevas incorporaciones son una buena oportunidad para darse un paseo tranquilo por Railarte y disfrutar de sus múltiples tesoros.


martes, 1 de diciembre de 2015

Nostalgia del tren en Chile


Detalle de E 3234 en Alameda 1977 (2012), acrílico sobre tela, 60 x 130 cm
El pasado mes octubre la sede del Congreso chileno, en Valparaíso, acogió la exposición Trenes de Chile del pintor Eduardo Garcés. A pesar de haber nacido en 1981, Garcés siente pasión y nostalgia por un material ferroviario que no ha visto circular y sobre el que se documenta para poder representarlo en un entorno y con un esquema de pintura absolutamente riguroso.

El propio artista indica que: "Mi pintura la manejo desde la perspectiva del realismo, enfocándome en los contrastes, resaltando la luz y la sombra. En mi pintura ferroviaria propongo un sentido homenaje a lo que fue el glorioso ferrocarril Chileno. Esta pintura es sin interrupciones, sin brumas nostálgicas, sino que simplemente la contemplación de nuestros trenes y equipos ferroviarios tal cual, y a través de la historia, recorriendo los diferentes lugares de Chile. Estas visiones son representaciones propias y no corresponden directamente a una reproducción fotográfica."

 D7123 en Barrancas, 1963. Acrilico sobre tela (2013)
La obra de Eduardo Garcés tiene mucho en común con la de los españoles Javier Banegas, Ricardo Moraga (de origen chileno), Ricardo Sánchez y, a más distancia José Miguel Palacio o Xenxo Gómez. ¿Qué tienen común estos artistas? Varias cosas: practican el hiperrealismo en alguna de sus variantes, tienen una mirada nostálgica sobre el ferrocarril, presentan como indiscutible la belleza formal del material y representan los aspectos mecánicos de las locomotoras con documentado conocimiento. 


Al mismo tiempo, una seguidora de este blog aportaba la referencia de la publicación del libro de Julio Ortega Ilabaca El maravilloso viaje del Longino (2012) que narra un viaje en el Ferrocarril Longitudinal Norte, realizado por el autor a los quince años, ida y vuelta a Iquique en 144 horas. Más allá de ser un libro de viajes o de descripción de líneas perdidas del patrimonio cultural de Chile, la obra tiene interés literario. Ambientado en 1973, el protagonista realiza una especie de viaje iniciático a la madurez, y reflexiona sobre el propio viaje, la manera de abordar el paso del tiempo y la meditación sobre lo que contemplamos desde la ventanilla.
El Longino continuó rumbo a la nada, marchando sobre sí mismo por una tierra carente de distancia y si no hubiera sido por el sonoro traqueteo de los bogies sobre los cuales descansaba el coche, habría tenido la certidumbre de que sus ruedas giraban suspendidas en el aire.

En la misma línea férrea se ambienta la novela Los trenes se van al purgatorio (2000) de Hernán Rivera Letelier. Durante cuatro días y cuatro noches acompañamos a una singular galería de personajes cuyas vidas y vitalidad contrastan con el entorno vacío del desierto de Atacama y las penurias de los habitantes de las oficinas salitreras en las que tiene parada.

El tema de fondo de la obra es la construcción, la vida y la desaparición de este ferrocarril, pero un viaje en tren de cuatro días da de sí para que se planteen conflictos religiosos, se produzcan discusiones  políticas, se reflexione sobre el viaje y emerja la sensualidad.
«Siempre que viajo en tren aprovecho de verle la suerte a los pasajeros», le había dicho madame Luvertina. Que el viajar era un estado ideal de relajamiento, pues las personas se volvían mucho más perceptibles, más sensibles, más emotivas. En un arrebato lleno de inspiración, la brujita le había aseverado que el hecho de viajar, sobre todo en tren, sumía a hombres y mujeres en un estado como de crepúsculo. «Como de crisálidas en su envoltorio de gasa», le había dicho.
(...)
En el sexto coche llama su atención una inmensa matrona de carnes blancas, vestida también enteramente de blanco. Su humanidad casi ocupa dos asientos. Y pese a que transpira como bestia, y a que en las aletillas de la nariz le negrea visiblemente el hollín del humo de la locomotora, su dignidad y altivez resultan abismantes. Mientras el acordeonista la observa encandilado, alguien le susurra al oído que esa hembra paquidérmica es una meretriz pampina a la que llaman «La Ambulancia».
«Si quiere, puede venir a verla por la noche», oye que le dicen.
Otra novela del mismo autor, El vendedor de pájaros (2014) está tambien ambientada en el Longino, aunque en este caso el tren sirve para que el protagonista llegue a la oficina salitrera Desolación, ​único punto de agua para el ferrocarril en muchos quilómetros, donde se desarrolla la trama. Ahora el tren sirve para construir metáforas en la explotación minera:​
A lo lejos, el rumor de motores y émbolos y poleas de las máquinas era como el ruido lejano de un tren fantasma acercándose sin llegar jamás.
(...)
Mis sueños están atravesados todos por un tren, el tren del sur, el tren que me trajo de mi tierra y que algún día me llevará de vuelta a ella. El tren como el corcel de fierro de mi príncipe azul, ese hombre soñado que debería entrar a la estación capitaneando la locomotora con su gorra de visera y haciendo sonar esa campana de bronce que a mí siempre me ha parecido irreal. De ahí que cada vez que oigo tañer una campana, sea la de la escuela o la de la parroquia o la que se hace repicar en casos de incendio, mi corazón se encabrita y siento al tren corriendo a todo humo por las praderas del sur, por las líneas incólumes de mi memoria, en donde los destellos de mi infancia son como las ventanillas de ese tren mágico.


Buena pintura y buena literatura chilena que merecen ver cumplidos sus deseos de que los planes de recuperación de la red de ferrocarriles prospere.


martes, 17 de noviembre de 2015

Ferroviarios creativos


La exposición que se inaugura hoy en la sede de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles nos trae de nuevo a la mente la cuestión de si los trabajadores del ferrocarril son un colectivo profesional especialmente aficionado a cultivar las artes.

Vayamos por partes. El Palacio de Fernán Núñez de Madrid, sede de la FFE, acoge la exposición Otras miradas. Galería de artistas ferroviarios, que muestra las obras pictóricas y escultóricas de un grupo de artistas cuyo nexo es ser trabajadores de Adif. Reúne veintidós obras de once autores (1) de diferentes generaciones, géneros y tendencias e instrumentos expresivos diversos. La exposición permanecerá abierta de lunes a viernes (excepto festivos y 7 de diciembre), de 11 a 20 horas, hasta el 12 de diciembre de 2015.

De entre las obras expuestas, a este blog, por su temática, le corresponde destacar óleo Maniobra de Javier Marcos (Almería, 1963), una tela de factura realista que representa la tarea de enganche de una máquina en la formación de un tren. Como sea que este artista tiene más obra de tema ferroviario, convendrá dedicarle una entrada en el futuro.

Javier Marcos. "Maniobras". Óleo sobre tabla. 
70 x 50 cm. 2006.
Hemos puesto el acento en esta obra, pero toda la exposición merece una visita, tanto por la calidad y variedad de las obras, como por el vínculo que une a los autores. Estos 11 artistas no son un caso aislado, sino que se suman a una larga tradición de ferroviarios pintores, escultores, novelistas, poetas, miniaturistas, cantantes, compositores y un largo etcétera de actividades artísticas o artesanas, cultivadas por puro placer y afición, estén vinculadas o no al mundo del ferrocarril.

Efraim Ortega Padill. “Sin título”. 
Láminas de acero de 4 mm. 2014.
Volvemos así a la cuestión inicial. Puede aventurarse que hay dos razones por las cuales los ferroviarios históricamente han sido más dados a la práctica amateur de las artes que otros colectivos similares. 

En primer lugar, la continuidad en el trabajo es y ha sido siempre una puerta abierta al cultivo de las aficiones artísticas, y trabajar en el ferrocarril era, desde sus inicios, una garantia de estabilidad. Esta percepción no se dio solamente en el siglo XIX, sino que hay testimonios de ella hasta los años de la posguerra; éste es también el motivo por el cual los ferroviario siempre fueron vistos como buenos partidos. 

José María Redomero. "Número 3".
Óleo sobre lienzo. 100 x 80 cm.
2012-2013
La segunda razón es el cariño que los ferroviarios suelen tener por su entorno de trabajo. La garantía de un sueldo periódico, sobretodo durante el siglo XIX, era una característica compartida por los mineros y algunos otros empleos industriales, pero hay mucha más incidencia de inclinaciones artísticas en los ferroviarios que en otros menesteres. La explicación mas plausible es la pasión por el propio entorno laboral, y corrobora esta idea el hecho de que los temas de pintores, dibujantes, poetas y maquetistas suele tener como germen el deseo de preservar el recuerdo de máquinas, estaciones, líneas o paisajes en constante cambio o en riesgo de desaparición.

Azuzena Herrero. "Armonía". 
Óleo sobre lienzo. 46 x 55 cm. 2006
Los once ferroviarios y ferroviarias que les esperan estarán encantados de explicarles las motivaciones de sus obras y a lo mejor corroborarán las teorias anteriores, no dejen de visitarles.

Antonio Hernández González. "Paseo del Rastro". 51 x 69 cm. 2005 
(1) Los artistas que participan son: Ángel Sierra, Antonio Hernández González, Azucena Herrero, Cristina Sanz, Efraím Ortega, Francisco Javier Marcos, José Luis López Álvarez, José Mariano Redomero, Pepe López Prieto, Purificación Román y Ramón Rubio.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Los ferrocarriles en el arte japonés

Cuando en 1854 los estadounidenses rompieron el aislamiento japonés y establecieron relaciones comerciales, el regalo que causó más sensación fue un modelo a escala de un tren de vapor, y así lo recogieron los ilustradores japoneses del momento.


En la década de 1860, el gobierno ordenó construir una red ferroviaria y en 1872, Japón inauguró solemnemente su primer ferrocarril comercial, la línea de Shimbashi (Tokio) a Tokohama que, de inmediato, el ferrocarril que se convirtió en el mayor símbolo de la occidentalización tecnológica del país. En aquellos años eran muy populares en el país los ukiyo-e , gravados de tema tradicional (paisajes, samuráis, escenas de teatro, damas con kimono, escenas populares junto al río, etc). Estas xilografías permitían tener en las casas de las clases medias emergentes las obras de los autores más reconocidos. ¿Quien no ha visto alguna vez esta obra de Katsushika Hokusai de 1834?


El ferrocarril causaba tanta sensación que se incorporó enseguida como tema de los ukiyo-e. Lo encontramos circulando ante los veleros por los muelles de los puertos...


... cruzando por puentes sobre canales...


... o llegando a las estaciones...


Vemos como, una vez más, se cumple el principio de que no existe una pintura o un arte ferroviario, sino que cada época y cada estilo lo ha incorporado en sus parámetros. Son un ejemplo de ello los gravados anteriores, pero también la obra de tinta de Katsu Kaishu de 1872...


o esta Vista de Takanawa Ushimachi bajo la luna cubierta de Kobayashi Kiyochika (1879)


Incluso los horarios, los mapas y las guías incorporaron los estilos tradicionales en sus ilustraciones, estilo que perduró como puede verse en este horario de 1942...


... que contrasta con este cartel de la compañía ferroviaria de 1920 de clara influencia occidental.


Las estaciones y los trenes, siguieron siendo tema de grabadores, como Kitaoka Fumio y su Estación de Ueno en Tokio (1951)...


... acuarelistas como Sanzo Wada y su Trabajadores ferroviarios (1951), ...


.... o ilustadores actuales como Tatsuro Kiuchi.


Con las raíces en la tradición y las ramas al viento de la modernidad, el arte japonés sigue siendo un reflejo del orgullo de la sociedad nipona por su ferrocarril.

Nota: Las ilustraciones proceden mayoritariamente de las publicaciones de los museos del ferrocarril de Nagoya y Tokio, y del museo de ukiyo-e de Matsumoto. 

sábado, 3 de octubre de 2015

Amor, muerte y trenes

¿Conocen o han oído hablar de alguien a quien su desmesurada pasión por su maqueta ferroviaria le haya llevado a abandonar la vida erótica con su pareja? Se cumplen 25 años de la más demoledora de las películas sobre el tema: el telefilme alemán Liebe, Tod und Eisenbahn (Amor, muerte y trenes) dirigido por Gert Steinheimer. 
Una pareja joven se muda a un edificio de apartamentos propiedad de un matrimonio mayor. Se supone que el hombre ha abandonado su afición a los trenes de miniatura, una adicción que, según su esposa, puede acabar con cualquier matrimonio. “Estos trenecitos… son monstruos,” le dice la experimentada a la joven, “destruyen matrimonios en unos pocos instantes. Yo le seguí el juego durante más de cuarenta años, hasta que un día, por fin, se me acabó la paciencia. O yo o estas locomotoras eléctricas, que se definiera. Fue entonces cuando se deshizo de toda esta basura, pero, aun así, no ha quedado curado”. El casero conserva una maqueta oculta en el techo: “Esta maqueta la construí en el invierno del ochenta y cuatro, mi mujer estaba en el hospital debido a sus cálculos renales. No ha logrado descubrirla. Ahora vivo esperando sus próximos cálculos renales”. Vean la escena (puede herir sensibilidades):


A base de irle regalando elementos para un equipo básico, el casero inicia al joven esposo en la afición. La mujer, alertada, pone de su parte. Ahí va la escena más "simbólica" del telefilme.


El joven esposo se deja absorber tanto por los trenecitos, que acaba perdiendo la apetencia sexual por su mujer. Para salvar su matrimonio, ella intenta aficionarse a los trenes y busca todo tipo de maneras de seducirle y ponerle celoso, pero todo es en vano: 


La historia entre en una fase casi expresionista cuando la tensión, los celos, las infidelidades y la violencia van en aumento... 


... hasta llegar a un final insólito:


Aviso para navegantes.

jueves, 24 de septiembre de 2015

La ciencia (ferrocarril incluido) en la literatura, por Xavier Durán


La Universidad de Barcelona acaba de publicar un ensayo largamente esperado entre los estudiosos y aficionados a explorar la presencia de la tecnociencia en las artes. Se trata del volumen La ciència en la literatura del químico, periodista y divulgador científico Xavier Duran (Barcelona, 1959). Con el subtítulo "Un viaje por la historia de la ciencia vista por escritores de todos los tiempos", hace un recorrido que comienza con Homero y llega hasta la actualidad, pasando por una amplísima nómina de autores.

Reúne referencias a obras de todos los géneros, tanto del ámbito de la narrativa, la poesía y el teatro, como de las memorias y el ensayo. Dado que la relación entre la tecnociencia y la literatura es un aspecto poco conocido —a pesar de que en las últimas décadas ha sido objeto de muchos estudios, sobre todo en el ámbito anglosajón—, el autor ha hecho un esfuerzo para describir el contexto científico, tecnológico, social y cultural que explica la influencia de la tecnociencia en un escritor o en una obra determinada. Estructurado cronológicamente, el libro no renuncia a seguir un hilo temático cuando conviene: por ejemplo, cuando se habla de las teorías geocéntrica y heliocéntrica, cuando se expone la evolución de la medicina entre los siglos XV y XVIII, o cuando habla del ferrocarril.

En el capítulo "El ferrocarril entra en la trama" hace un interesante análisis de la tipología de aproximaciones de los autores: la poesía didáctica, la descripción de las sensaciones que generaba, la integración en las tramas o la simple asimilación como elemento del paisaje.

El recorrido nos da a conocer las miradas sobre el ferrocarril de Valéry, Turguenev, Tolstoi, Oller, Jan Neruda, Bécquer y otros. Durante el recorrido, salpicado de fragmentos de textos, Xavier Duran muestra cómo los escritores han captado la función comunicativa del ferrocarril, tanto en lo geográfico como en el plano personal, cómo han reflejado los entusiasmos y las reticencias que genera y la belleza formal de las locomotoras y las estaciones. Naturalmente, en este recorrido no falta Zolá, al que el autor dedica un capítulo entero a propósito de La bête humaine.

Descubrimos, pues, que la tecnociencia ayuda a entender la literatura, pero también a la inversa: muchas obras literarias ayudan a los historiadores de la ciencia y la técnica en sus investigaciones, y a los lectores en general a reflexionar sobre los problemas éticos que suscitan la investigación y las consecuciones del desarrollo tecnológico.

En ensayo se ha publicado en catalán y esperamos la aparición de su versión en castellano e inglés.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Escritores accidentados, Dickens y Mann

Dibujo periodístico del Illustrated London News
Un día de 1865, Charles Dickens (1812 - 1870) viajaba en tren por el condado de Kent de regreso de Francia con su amante Nelly Ternan y la madre de ésta, cuando el convoy sufrió un accidente, un descarrilamiento a causa de unas obras mal señalizadas en el puente de Staplehurst. Según la prensa de la época murieron diez personas y hubo medio centenar de heridos.

El coche de primera clase en el que viajaba Dickens quedó suspendido de la locomotora y no llegó a caer al lecho del río. Después de ocuparse de sus acompañantes, el escritor realizó un frenético trabajo de ayuda a los accidentados, por el que recibió una mención por parte de la compañía, pero también sufrió un trauma que le impidió seguir viajando en tren con tranquilidad.

Dickens no utilizó el accidente en ningún texto literario, pero en una carta a su amigo Thomas Milton escribió:
Debí haberte escrito ayer o anteayer, si hubiera tenido ánimos para ello. Estoy un poco agitado, no por los golpes y el arrastre del coche en que yo estaba, sino por el terrible trabajo posterior de sacar a los heridos y a los muertos, que fue lo más horrible.
Yo estaba en el único coche que no fue a parar al lecho del río. Quedó colgado del arco del puente y quedó suspendido y balanceándose de una manera aparentemente imposible. Dos señoras eran mis compañeras de viaje; una mayor y otra joven. Esto es exactamente lo que pasó... podrás juzgar por la descripción la duración exacta del suspense. De repente nos quedamos fuera del carril y golpeando el suelo. La anciana exclamó "¡Dios mío!" y la joven gritó. Las abracé a las dos (la anciana estaba sentada frente a mi y la joven a mi izquierda) y les dije: "No podemos ayudarnos a nosotros mismos, pero podemos estar tranquilos y serenos. Por favor, no griteis. La anciana de inmediato respondió: "Gracias. Confía en mí. Por mi alma, voy a estar en silencio". La joven dijo de una manera frenética: "Unamos nuestras manos y muramos como amigos". Caímos juntos por la inclinación en un rincón del coche y nos detuvimos.
Después de atender a las dos mujeres, Dickens se dedica a los heridos:
Entré en el coche de nuevo a por mi frasco de aguardiente, me quité el sombrero para usarlo como recipiente, bajé al arroyo y lo llené de agua. De repente me encontré con un hombre cubierto de sangre (creo que debió salir disparado de su coche) con un corte tan espantoso en su cráneo que no podía soportar el mirarlo. Le limpié la cara con agua, le di de beber, le ofrecí un poco de brandy y lo tumbé en la hierba, y él dijo: "Me voy", y se murió.
Ellen Ternan en 1858
El hecho de que Dickens muriera cinco años justos después del accidente, las secuelas que le dejó, sú interés repentino por lo esotérico y el contenido de su novela inconclusa, The Mystery of Edwin Drood, fue el material que el escritor de ciencia-ficción americano Dan Simmons empleó para su novela Drood (2009). La voz narrativa es Wilkie Collins, escritor coetáneo y amigo de Dickens. La novela empieza con la referencia del accidente:
Así que esta historia real será sobre mi amigo (o al menos sobre el hombre que una vez fue mi amigo) Charles Dickens y sobre el accidente de Staplehurst que se llevó su tranquilidad, su salud, y, algunos podrían susurrar, su cordura. Esta verdadera historia será acerca de los últimos cinco años acerca de Charles Dicken y sobre su creciente obsesión durante ese tiempo con un hombre, si fue un hombre, nombrado Drood, así con el asesinato, la muerte, cadáveres, criptas, el mesmerismo, el opio, fantasmas, y las calles y callejones de ese intestino grueso de Londres que el escritor siempre llamó mi Babilonia o el Gran Horno.
En 2013, Ralph Fiennes estrenó la película The Invisible Woman (La mujer invisible) sobre la relación de Dickens con Nelly Ternan, basada en una novela homónima de Claire Tomalin. La relación de la pareja se se inició cuando él tenía 45 años y ella, 18. El accidente juega un papel relevante en el desenlace del argumento y en la escena correspondiente pueden observarse las prevenciones del escritor para que no se descubriera el vínculo entre ambos. Nelly fue musa de Dickens e inspiró varios de sus personajes. La relación, que provocó la separación del escritor y su esposa cuando ella abrió un paquete con una joya que era para Nelly, duró hasta la muerte de Dickens; después ella se casó con un graduado de Oxford doce años más joven con el que regentó una escuela privada. 


Thomas Mann (1875 - 1955) también sufrió un accidente ferroviario, y así lo cuenta en su relato Das Eisenbahnglück (1908, Accidente ferroviario), pero éste no fue tan grave como el de Dickens: el expreso fue desviado por error a la vía donde estaba estacionado un mercancías al que embistió. Mann empieza el relato explicando su sensaciones al viajar en tren:
Una vez -de esto hace ya dos años- estuve presente en un accidente ferroviario. Todos sus pormenores parecen estar ante mis ojos.
No fue un accidente de primera categoría, uno de estos clásicos “acordeones” con “docenas de personas desfiguradas” entre los hierros, etc., etc. No. Sin embargo, fue un accidente ferroviario auténtico, con todos sus requisitos circunstanciales, y, por añadidura, durante la noche. No todos han vivido un suceso como éste, y por esto quiero contarlo lo mejor posible.
(...)
Me gusta viajar con comodidad, especialmente cuando me pagan el viaje. Utilizaba, por consiguiente, los coches-camas; el día antes había encargado un departamento de primera clase, y ahora me encontraba instalado en él. Sin embargo, tenía fiebre, fiebre de viajar, como me ocurre siempre en tales ocasiones, pues salir de casa sigue siendo para mí una aventura y en cuestiones de viaje nunca llegaré a estar completamente curado de espantos. Sé muy bien que el tren de la noche para Dresde sale todas las tardes de la Estación Central de Munich y llega a Dresde por la mañana. Pero, cuando viajo solo en tren y mi suerte está unida a la suya, la cosa se torna grave. Entonces no puedo sacarme de la cabeza la idea de que el tren parte aquel día exclusivamente para mí, y este error irracional tiene naturalmente como consecuencia, una excitación interna, profunda, que no me abandona hasta que no he dejado tras de mí todas las formalidades del viaje, el trabajo de hacer las maletas, el trayecto de casa a la estación en un taxi cargado de bártulos, la llegada a la estación, la facturación del equipaje, y hasta que no me sé definitivamente bien instalado y en seguida. Entonces, indudablemente, me entra una laxitud y bienestar en todo el cuerpo, el espíritu se interesa por otras cosas, la gran atracción de lo lejano se descubre tras la bóveda de vidrio y el corazón goza de la placentera espera.
Después, nos muestra una galería de viajeros, sus manías y su relación con el revisor, una especie de encarnación del poder.
Miren a ese revisor con bandolera de piel, frondoso mostacho de sargento de policía y mirada enfurruñada y alerta. Miren con qué brusquedad impone su autoridad a aquella anciana de mantilla negra y deshilachada, porque estaba a punto de subirse al vagón de segunda clase. Este hombre es el estado -nuestro padre- la autoridad y seguridad. No da gusto tener tratos con él, es severo, muy severo, muy áspero, pero puedes fiarte de él y tu maleta está tan segura con él como en el seno de Abraham.
La descripción de los viajeros, de sus evoluciones y sus trifulcas se interrumpe con el accidente:
Cojo mi bolsa de mano de la red para sacar mis útiles de aseo. Con los brazos extendidos la levanto por encima de mi cabeza. En ese preciso instante ocurrió el accidente. Lo recuerdo como si fuese ahora. Hubo una sacudida... Pero con “sacudida” se dice muy poco. Fue una sacudida que al instante se caracterizó por una manifiesta malignidad. Una sacudida odiosamente estridente. Y de tal violencia que mi bolsa salió disparada de las manos no sé a dónde, y yo mismo fui despedido contra la pared, resultando con las espaldas adoloridas. No hubo tiempo para reflexionar, pues a continuación siguió un espantoso vaivén del vagón, que, mientras duró, dio motivo suficiente para amedrentar al más pintado. Un vagón del tren se balancea en los cambios de vía, en las curvas cerradas, esto es normal. Pero aquel vaivén no dejaba a uno tenerse en pie, te lanzaba de una pared a otra y hacía prever que de un momento a otro íbamos a volcarnos. Pensé: "Esto no marcha bien, esto no marcha bien, esto no va bien de ninguna manera". Así, literalmente. Pensé además: "¡Alto! ¡Alto! ¡Alto!" Pues sabía que si el tren se paraba se habría conseguido mucho. Y he aquí que a esta ardiente y callada orden mía el tren se paró. Hasta aquel momento, en el coche-cama había reinado un silencio de muerte. Pero entonces cundió la alarma. Gritos estridentes de las mujeres se mezclaron con roncas exclamaciones de sorpresa de los hombres.
Thomas Mann en 1908
Las experiencias, y en consecuencia los textos, de Dickens i Mann tienen un elemento en común: ambos, superado el susto inicial, hacen lo imposible por recuperar el manuscrito sobre el que estaban trabajando. 

Dickens lo indica en su carta a Milton:
Al instante me acordé de que tenía el manuscrito de una novela conmigo, y trepé de nuevo al coche a por él. Pero al escribir estas palabras escasas de recogimiento, me viene el temblor y meo veo obligado a parar.
Mann expresa en su relato el temor ante la probable pérdida:
Como un solitario en la noche, entre las vías, examinaba mi corazón. Trabajos de descombros. Trabajos para buscar mi manuscrito tenían que hacer. Probablemente estaría destruido también, despedazado, triturado. Mi colmena, la materia prima de mi arte, mi providente zorrera, mi orgullo y mi esfuerzo, lo mejor de mí. ¿Qué iba a hacer yo con aquellas condiciones? No tenía copiado aquello que existía, que acababa de ser ensamblado y forjado, que alentaba con vida y sonidos propios... Por no hablar de mis apuntes y estudios, de todo mi atesoramiento de material, recopilado, adquirido, recogido, extraído con penas y dolor durante años y años. ¿Qué iba a hacer? Examiné mi situación a fondo y saqué la conclusión de que tendría que volver a empezar desde el principio.
Afortunadamente, el vagón del equipaje estaba entero y él también pudo recuperar sus manuscritos.

martes, 1 de septiembre de 2015

Un ferrocarril de cine en Vía Libre


La revista Vía Libre inicia la entrega de una serie de seis DVD bajo el lema Un ferrocarril de cine.

El número de septiembre contiene seis documentales de 1948 realizados por Ballesteros S.A. bajo el patrocinio de la Comisión Oficial para la Conmemoración del Centenario de los Ferrocarriles Españoles; el guión y la dirección fueron encargados a Alfonso Acebal. Los títulos dan buena idea de su contenido: Entrada en servicio, Biografía de una locomotora, Factorías ferroviarias, Cien años de ferrocarril, Exposición Ferrocarril y Tendido de una línea.

Son piezas de no más de diez minutos, rodadas en 35 mm y con una locución característica de la época, que informan al espectador de los procesos de fabricación del nuevo material rodante (los cincomiles, los refrigerados de Transfesa, las cisternas con cambio de ancho de Semat, etc), de la electrificación de las líneas, de la actividad de las factorías o de la exposición del centenario que se realizó aquel año en Barcelona.

Toda la serie tiene el inevitable tono propagandista de las producciones de la posguerra. El texto, a pesar de que intenta ser neutro y circunspecto, hace convivir información sesuda (“un entramado con cabeceros reforzados en forma de biga de cajón”) con comentarios que en la época eran tomados como jocosos (“los pequeños, impacientes, quieren subir a las máquinas y las mujeres pretenden mandar sobre ellas aunque desconozcan cómo son por dentro”).


Mikel Iturralde publicó en 2009 un comentario sobre cada una de estas piezas en su blog Treneando. Tambien puede leerse sobre el proceso de concepción y realización de estos documentales en la tesis doctoral de Virginia Ruisánchez Acebal Alfonso Acebal Monfort: una historia desconocida en el cine español (1944-1957) que puede consultarse en la Universidad de Barcelona.

La joya de esta primera entrega es, sin duda, el corto El tren, que dirigió Julio Bravo en 1940, y que subtituló "Recuerdos, sugerencias, aspectos". La versión corresponde a la que en 2006 se restauró bajo el patrocinio de Adif a partir de los materiales disponibles en la Filmoteca Española.

El documental, que fue rodado en las estaciones de Atocha (Madrid) y de Francia (Barcelona), en las costas del Garraf y en Alhama de Aragón, es una mezcla de propaganda propia de la inmediata posguerra, como cuando compara el perfil frontal de una locomotora MZA de la serie 1800 con el "escudo imperial"...


... con un humor más o menos gracioso, como la escena de la fonda...


... y algunos datos dispersos sobre la historia y tecnología del ferrocarril.


El mismo Julio Bravo escribió el guión, hizo el montaje y puso la voz en off.

Para las adaptaciones musicales contó con la ayuda de Juan Tellería, un compositor de vida un tanto rocambolesca, autor de banda sonoras de la filmografía de propaganda republicana y de marchas militares e himnos falangistas y franquistas, después. Fue autor de zarzuelas de títulos tales como El joven piloto o El cabaret de la Academia.

Justamente, las escenas más curiosas de El tren son aquellas en las que los pasajeros tararean melodías de música clásica y, sobretodo, aquellas en las que se funden las imágenes ferroviarias con las de los instrumentos musicales.


En definitiva, pedazos de nuestra historia que merecen reposar en la filmoteca del aficionado ferroviario.


martes, 28 de julio de 2015

El paso a nivel en el paisaje

Acabamos esta serie sobre los pasos a nivel con una selección de pinturas que lo toman como tema central. Hemos visto hasta ahora pasos a nivel con vida, humor, dramas e historias de amor, pero cuando ni los peatones ni los trenes circulan, el paso a nivel sigue allí, incrustado en el paisaje, marcando un cruce de caminos.

Las obras que se reproducen a continuación integran el paso a nivel en distinto tipos de paisaje: urbano, rural, industrial e incluso mental. En algunos, la vía del tren a penas es un línea que se pisa en el trayecto, en otros, la vida se detiene para que pase el ferrocarril.


Mural Andalucía (1914) que Joaquín Sorolla realizó para la Hispanic Society of America de Nueva York. Los raíles no son pura anécdota, ayudan a establecer la composición. 


Railway Crossing (1919), de un Fernand Léger en pleno cubismo, expresa la convicción del pintor de que la técnica es tan importante como sujeto de su arte como lo es la figura humana, los cilindros pueden verse como bigas, cigüeñales, postes o cilindros, y la flecha enmarcada expresa la fe en el futuro.


Edward Hopper realizó su Railroad Crossing, Rockland, Maine (1926) durante su estancia en esta ciudad. El acento está en el acceso solitario al pueblo.


El británico Laurence Stephen Lowry Británico se interesó por el tema de los pasos a nivel durante su estancia en Burton-on-trent; la locomotora tomada como modelo era de juguete.


Alexandre Coll Blanch, nuevecentista catalán, pintó en 1933 el paso a nivel que había junto a la barcelonesa estación de Francia, sobre las vías de la línea de Mataró ahora inexistentes. El cuadro expresa el ambiente industrial de la zona.


Al castellonense Juan Bautista Porcar Ripollés le interesaban los cielos amplios y luminosos, y éste es el tema principal de Pas a nivell (1972), pero necesitaba algún tema secundario para enraizar la composición y utilizó un cruce desangelado, amplio y polvoriento.


El cuadro del polaco Kacper Ziółkowski Railway Crossing with Barriers I (1997) nos sitúa en el paisaje de la iconografía de nuestra sociedad, sería una referencia anodina si no fuera por el inquietante detalle rojo del poste.


Level crossing at Spalding (1998) de John Hale puede servir de resumen. En él, paisaje, vehículos de carretera, peatones, convoy, edificios ferroviarios, instalaciones propias del paso a nivel y señalización se unen en una composición típicamente británica.

domingo, 5 de julio de 2015

Amor en el paso a nivel


Los trenes y las instalaciones ferroviarias son propicias a cobijar amores. Basta recordar Before Sunrise (1995, Antes del amanecer), From Russia with Love (1963, Desde Rusia con amor), Risky Business (1983, Negocios arriesgados), El beso del sueño (1992) o Adventure on the Orient eXpress (1996), que así ordenadas, conforman una gradación de pasión amorosa en el tren.

Si hablamos de estaciones, nos viene a la memoria la escena final de Shanghai Express (1932, El expreso de Shanghai), de Josef von Sternberg, cuando, en medio del barullo de la estación, Shanghai Lili y el capitán Donald transforman un adiós en un amor eterno. Otro clásico es Stazione Termini (1953) de Vittorio de Sica, en la que toda la acción transcurre en la estación donde Mary duda entre regresar a América con su marido o quedarse en Roma con Giovanni. Y, por supuesto, hay que referirse a Brief Encounter (1945, Breve encuentro) de David Lean entre muchísimas más.

Los pasos a nivel, sin embargo no parecen un lugar tan propicio, pero nadie puede poner fronteras al amor y menos en un entorno ya de por sí propenso a los encuentros y a las aventuras como el ferroviario.

Una divertidísima muestra la tenemos en la película cubana Guantanamera (1995), dirigida por Tomás Gutiérrez Alea. En ella se  incluye una divertida escena que gira alrededor de una caseta de guardabarreras entre Camagüey y Santo Espíritu. La responsable del puesto baja la barrera cuando ve acercarse el camión de uno de sus amantes. Mientras lo retiene en el interior de la caseta para pedirle explicaciones por sus pocas visitas, llega al paso a nivel el coche en el que viaja la mujer que el camionero quiere conquistar; y para completar el cuadro, un convoy de mercancías que debería pasar de largo, se detiene porque el maquinista también tiene amores con la guardabarreras. Vean:

lunes, 15 de junio de 2015

Humor en el paso a nivel


Las situaciones dramáticas pueden ser cómicas según como se presenten, y ésta es una de las potencialidades del cine. En 1965, cuando el Blue Pullman era la joya de la corona ferroviaria británica, se utilizó para una escena cómica en The Early Bird (1965) en la que atropella un carro de lechero en un paso a nivel.

Con un humor de trazo un poco más fino, en Octopussy (1983), de la saga James Bond, hay una escena situada en un paso a nivel. 007 persigue al general Orlov y a sus secuaces hasta una estación de tren de la antigua República Democrática Alemana donde los hombres del general se disponen a enganchar al tren del circo de Octopussy un vagón que lleva escondido en su estructura un alijo de joyas que ha de servir para financiar sus tejemanejes. El tren parte con todo el elenco del circo, pero James Bond no ha podido subir a él porque lo ha retrasado su enfrentamiento con los hombres de Orlov, de manera que decide robarle el coche al general y perseguir el tren por carretera. Al rebasar un control policial, la barrera de púas destroza los neumáticos y, en el siguiente paso a nivel, Bond da un golpe de volante, coloca el coche sobre la vía y se lanza a la persecución del tren. Oh, coincidencia, la distancia entre los centros de las llantas del coche coincide exactamente con el ancho de vía.


Sjef Van Oukel, el personaje de cómic de Theo Van den Boogaard y Wim T. Schippers, protagoniza un episodio en un paso a nivel. Con su insufrible carácter, después de dar la vara a los que esperan ante la barrera, salta a la vía a la llegada del tren para tomar una muestra de unos insectos con el resultado que se puede ver.

 

Puede decirse que las dos filoxeras hacían el amor en el paso a nivel, y de eso hablaremos en la próxima entrega.

Para acabar esta entrada, he aquí algunas viñetas cómicas con el paso a nivel como protagonista: