jueves, 1 de diciembre de 2016

Viajes desesperados hacia el norte


En el siglo XXI, cuando pensamos en migración en tren, nos vienen a la mente los desplazados por la guerra de Siria intentando subir a los convoyes que les lleven a Europa y en los migrantes que intentan llegar a los Estados Unidos abordando los trenes de mercancías que circulan hacia el norte por Centroamérica. El cine mexicano ha recogido este tema en múltiples ocasiones.

En 1987, el director Fernando Durán Rojas, rodó El vagón de la muerte. Cuatro hombres, uno de ellos con su hija y su hijo, viajan ilegalmente a Estados Unidos. El traficante les facilita el acceso a un vagón y durante el viaje sabemos de las motivaciones de cada uno de ellos para emprender el viaje. El niño, que fue mordido por un perro, manifiesta síntomas de rabia. El ambiente se crispa, aparecen rencillas. A la llegada, no pueden abrir la puerta del vagón. El niño muere, se desate la violencia, la locura… La película es floja y se centra más en los aspectos sórdidos que en el tema social de fondo. Aquel mismo año, en Tejas, dieciocho migrantes mexicanos fueron encontrados asfixiados dentro de un vagón de carga del Missuri Pacific que había partido de la estación de El Paso y que alguien, con o sin conocimiento de la presencia de los polizones, cerró herméticamente. 


El cine mexicano también ha producido dos buenos largometrajes documentales sobre el tema, La frontera infinita (2007), de Juan Manuel Sepúlveda, y El albergue (2012), de Alejandra Islas Caro sobre la labor del sacerdote Solalinde. Ambos muestran el drama personal de los migrantes y los abusos a que son sometidos durante su viaje a lomos de “la bestia”.


De nuevo en el terreno de la ficción, en 2009 Cary Jôji Fukunaga estrenó Sin nombre (2009), una dura película que narra el viaje de una adolescente que intenta llegar a los Estados Unidos en compañía de su padre y, en paralelo, los problemas de un joven que pertenece a una mara. Los migrantes que viajan en los techos de los vagones de mercancías afrontan los peligros del tren, las inclemencias del tiempo, intentan evitar los “migras” y sufren los asaltos de las maras que les quitan lo poco que tienen. En el tren, las vidas de los dos adolescentes coincidirán con un resultado trágico. El argumento, muy bien escrito, no hace concesiones al melodrama y muestra la dureza de la vida de los desfavorecidos.


También son adolescentes los protagonistas de La jaula de oro (2013), de Diego Quemada-Díez. Cuenta la historia de un chico y de una chica que salen de su pequeño pueblo guatemalteco con destino a los Estados Unidos; a ellos se une un chico indígena que no habla español. El argumento, menos elaborado que el de la película anterior, nos relata las vicisitudes de los adolescentes, sus latrocinios para sobrevivir, las persecuciones de la policía, la falta de entente entre ellos, el secuestro de la chica y de otras mujeres en manos de una mara, la comida en un centro de acogida (cameo del padre Solalinde incluido), los secuestros exprés, los francotiradores americanos… Los tramos finales de la película pierden narratividad, dejan cabos sueltos y se acercan al docudrama en su interés por hacer inventario de los peligros y atrocidades que sufren los migrantes, pero el balance global es positivo y sobrecogedor.


En definitiva, buen cine mexicano que conviene ver si uno no quiere acabar viendo el mundo sólo desde el punto de vista de los privilegiados del norte.

Fotograma de La jaula de oro